domingo, 17 de abril de 2011

Mujeres superpoderosas


Nadie duda de que hoy, en Occidente, las mujeres somos más libres que en los siglos anteriores. Hemos asumido a conciencia nuevos deberes y responsabilidades. Trabajamos y ayudamos a mantener -o mantenemos- nuestros hogares. Elegimos cuándo y con quién casarnos. Tenemos responsabilidad financiera, carreras en las que aspiramos tener éxito. Nuestro futuro no es el que nos imponen nuestros mayores o nuestro género, sino el que nosotras mismas nos inventamos. Votamos. Somos médicas, periodistas, senadoras, juezas, arquitectas, ministras, presidentas. Nadie hubiera dicho, hace cincuenta años, que llegaríamos tan lejos, tan rápidamente.
Claro que trabajar no es lo único que hacemos. Hemos luchado por la igualdad de género, pero la diferencia primigenia entre varones y mujeres sigue siendo la misma de hace cincuenta años. La misma de hace mil. La misma de siempre: nosotras albergamos nueve meses dentro de nuestros propios cuerpos los cuerpecitos de nuestros hijos; nosotras los alimentamos de nuestro pecho; nosotras nos despertamos primero, en cuanto suena el llanto. Nosotras somos madres.
Por supuesto que los varones también son padres y hoy muchos de ellos se ocupan de sus hijos tanto como las madres. Sin embargo, tanto en Europa como en la Argentina o Norteamérica, el cuidado y la crianza de los niños todavía recae mayormente sobre las mujeres. Dicho así suena cortito, pero en la matemática del tiempo cotidiano no lo es. Preparar el desayuno, despertar a los niños para ir a la escuela, llevarlos al médico y a fiestas de cumpleaños, comprar útiles escolares, asistir a reuniones con maestras, hacer las compras, cocinar y llevar uno que otro hámster al veterinario, nos dejan más cansadas y con mucho menos tiempo libre que a los varones. Y no se trata tan sólo de una sensación subjetiva. Según el Informe de Desarrollo Humano de la ONU de 2004, se estima que considerando tanto el trabajo asalariado como el doméstico, las mujeres trabajamos notablemente más que los varones. Dice el informe: "Las mujeres representan el 51% de la población mundial, hacen el 66% del trabajo, reciben el 10% del ingreso y son dueñas de menos del 1% de la propiedad."
¡Menuda igualdad hemos logrado! Trabajamos, pero nuestros salarios siguen siendo menores que los de ellos. Compartimos la carga económica de nuestros hogares, pero tenemos menos tiempo libre. Incursionamos en actividades que eran exclusivamente masculinas, pero no le restamos atención a las tareas que siempre estuvieron a nuestro cargo. ¿Fue esto lo que soñaron las primeras feministas, aquellas mujeres revolucionarias que lucharon para que las que viniéramos después gozáramos de mayor libertad?
En un artículo publicado recientemente en el Yale Journal of Law and Feminism, Naomi Cahn sostiene que las mujeres tendríamos que "empezar a aflojar algo del control y el poder que ejercemos dentro de la familia si queremos acceder a una mayor igualdad en el mundo laboral." El hecho de que las mujeres sin hijos tengan en promedio salarios mayores que las que son madres da mucho que pensar. En cierto modo, Cahn parece estar diciendo: "Chicas, no se puede todo al mismo tiempo." Suena razonable. Pero, ¿cuántas de nosotras estamos de verdad dispuestas a perder el control sobre la casa y la crianza de los niños? Aunque nos deje agotadas, ¿no es una gran fuente de orgullo esto de poder con todo? En el fondo, ¿no estamos íntimamente convencidas de que lo hacemos mejor que ellos, que el hogar nos importa más, que el vínculo madre-hijo es más fuerte y más profundo que el vínculo padre-hijo?
Cuando hablamos de la desigualdad de género que todavía persiste, las mujeres solemos culpar a los varones. Decimos que nosotras hemos cambiado y progresado, pero que ellos siguen en el mismo lugar de siempre. ¿Será verdad? ¿O será que es más fácil conquistar nuevos territorios que ceder parte de nuestro dominio sobre los viejos?
Cualquier súper héroe parece poco en comparación con lo que muchas queremos ser. Tal vez haya llegado la hora de aflojar un poco y preguntarnos si estamos cómodas con este disfraz de chicas súper poderosas que nos hemos puesto. Eso de volar, de salvar el mundo y tener capa es fantástico. Pero también resulta agotador. Quizá hoy nosotras, como hace décadas las feministas, tengamos la tarea de inventar una nueva forma de ser mujer.
                                                                                                                  por Mori Ponsowy

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