martes, 23 de noviembre de 2010


 "La noticia, ocurrida meses atrás, me sucedía a mí ahora, se desarrollaba allí, ante mis ojos, en el presente absoluto de la carta: el Capitán, tal como yo lo recordaba con imborrable nitidez, en su casa cercana a Londres en el vestidor contiguo al dormitorio, iniciaba frente al espejo el gesto tranquilo de empuñar la navaja; en el mar, lo había visto muchas veces ejercer esa serenidad en momentos desesperados. Una frialdad que en el fondo resultaba ser la autosuficiencia del orgullo extremo. Impotente, asistía desde aquí al movimiento de alzar la navaja, lo veía cruzar el brazo y apoyar el filo bajo la oreja izquierda con precisión maníaca, su otra mano sosteniendo el codo para que el brazo no se niegue; veía el gesto veloz, el salto despavorido de la sangre sobre el espejo, la pesada caída del cuerpo, el cadáver en el piso, seguramente vestido con su traje de marino. O, tal vez, con su traje de marino es lo que me gusta pensar." 

                                                                                                                      de Sylvia Iparraguirre 

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