La pregunta salió de tus labios, creías que no tenía una mala respuesta, pero sí la hubo. Ella no la pudo contestar porque no te podía admitir lo que había pasado. Tampoco podía mentir, no a vos. Ahí fue cuando sin contestar, el silencio y los gestos de ella lo dijeron todo. No se necesitaban palabras.
Tus ojos se llenaron de bronca, de rabia. Tus manos temblaban. Tu cara se transformó. Ya no eras el de siempre. Una ola de ira te arrastró. Tu boca comenzó a escupir groserías. Te aceleraste. Te querías escapar de todo esto, ella quería hablar. No te dejaba salir, y fue cuando vos tomaste sus brazos violentamente. Querías que ella se alejara de vos. Le pediste cosas horribles, como que no te vuelva a ver, ni a hablar. De repente te serenaste, llorabas por tus adentros. La decepción se apoderó de tu cuerpo. No podías entender sus actos. La bronca volvió y te sacudió. Te paraste y fuertemente golpeaste con un puño la puerta. Después te acercaste a ella y de tu boca no salían cosas buenas, sólo cosas negativas. Volvió la serenidad, a punto de llorar, te tapabas los ojos. Enfatizabas su error. Ella no podía soportarlo. Le confesaste que seguías sintiendo cosas por ella.
Finalmente, tomó su cartera, y salió de ese lugar, donde estaban encerrados, alejados del resto, sin mirar atrás. Ni bien cerró la puerta, al llanto no lo pudo evitar. Su cuerpo temblaba. No podía creer en lo que te habías convertido. Su miedo por vos la aterró, parecías otro. El llanto no podía cesar. Y ella ahora se pregunta, ¿cómo se perdona algo así?
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