Y allí era donde me encontraba, erguida, contemplando en silencio precisamente un lugar con todo aquello que lo componía: su gente, su idioma, su arquitectura, su música, su olor. Todo parecía perfecto. Era de noche y yo ahí, parada en silencio a punto de soltar una lágrima. Era tal la emoción que recorría mi cuerpo que no podía hablar. No podía creerlo. Estaba en frente del Thames mirando sin entenderlo y queriendo convertirme parte de su historia, al Big Ben dorado que resaltaba de lo negro del cielo.
De pie sobre un suelo con mucha historia. Muchos han pisado sus pisos, y no sólo hablo de turistas, sino de tantas figuras enigmáticas, y yo esa noche me convertía en una más.
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