Luchaba y luchaba por mantener mi postura de firme y ácida. Por dentro sólo tenía dolor. No quería verte a los ojos, tenía miedo que te acerques a mí, tenía miedo que te animaras a besarme. Mi mano jugaba con mi cartera porque no podía quedarse quieta. De repente hubo silencio. Un silencio que decía mucho. Acercaste tu mano a la mía y la tomaste como si fuese tuya. Hubo más silencio. No podía mirarte.
Yo volví a insistir en la misma pregunta que ya te había hecho. Te miraba desconfiada, intentando descifrar tu mirada, intentando descubrir si había honestidad o vergüenza en tus ojos. Ya comenzaba a creerte, aunque el miedo a convertirme en una ilusa me daban ganas de llorar. Te acercaste más a mí mientras yo estremecía. Me besaste a unos centímetros de la boca. Una sensación de asfixia recorrió mi estómago, provocado por el miedo. Todo me cerraba. Mis comportamientos pasados comenzaban a tener sentido. Seguía enamorada de vos. Ya no era un capricho pasajero. Mi cabeza intentaba ser realista. Mi corazón se estaba volviendo loco. Me besaste, pero esta vez, en los labios. Y volví a sentir ese escalofrío. Tus labios eran distintos. Eran particulares y especiales. Eras vos. De mis ojos comenzaron a caer lágrimas. Yo sabía que no había solución clara a esto. Ya sabía que no puedo estar con vos, pero también sabía que no puedo estar sin vos. Pero no puedo seguir con esta relación enfermiza. Tengo que terminar. Tengo que olvidarte.
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