Un día, después de pasar tanto tiempo en el suelo, te levantas. Te erguís de a poco, y sin darte cuenta, tenes la cabeza en alto otra vez. Una sonrisa se te escapa. Empieza siendo una mueca rara y termina siendo una expresión que se apodera de tu rostro entero. Tu cara se ilumina. Comenzás con el primer paso a caminar. Una melodía acompaña tu mente. Y, con un escalofrío que recorre tu cuerpo, empezás a tararear esa canción. Tus hombros se relajan. Tu pecho se llena de alegría. Te sentís bien con vos mismo. Te sentís poderoso. Ya nada te importa demasiado. Ya nada te molesta. Sos feliz, otra vez.
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