La luz se había ido, como por acto del destino, quien decidió cortar la electricidad justo en aquel preciso momento donde todos estábamos sumergidos de alcohol. Un momento en el que las malas acciones recorrían el ambiente. Tu mano sobre mi cintura y mis labios rozando tu oreja lo decían todo. Sin palabras, y a oscuras. Ya nos teníamos tan cerca que nada podía separarnos sin antes tocarnos por primera vez. Nada podía romper ese lazo tan sólo sexual, pero a su vez, amistoso. Y entre un par de palabras provocativas, nuestros labios comenzaron a tocarse, a jugar, a llevar a cabo aquello tan prohibido, tan esperado. Besos, palabras, tus manos sobre mi cuerpo, y mis labios sobre tu cuello a plena oscuridad de la noche.
Eramos los protagonistas de un juego que meses atrás había comenzado. Después de muchas palabras, esta vez se convertían en acciones imprudentes e impulsivas.
Aún no se conoce al ganador, no se puede nombrar al finalista. De todas maneras, ya obtuve lo que quise.