Cuando tengo el corazón roto, me hago la loca. Me comporto como si nada me importara. Pruebo todo, y soy toda una rebelde. Juego sin reglas. Y remo contra la corriente. Grito fuerte, me río hasta llorar y lloro hasta dormirme. Nunca sé si esa persona que sale de mi cuerpo soy realmente yo, o si yo soy la persona que soy cuando me siento querida. Cuando me siento importante tan sólo para una persona (eso me basta). Soy dulce, y me dejo acariciar. La locura se calma. Los parásitos sueltan sus garras, chupadores de sangre que alteran mi mente. Finalmente, soy feliz. Pero la locura, ¿es parte de mí o no lo es?
Ahora se podría afirmar que la felicidad me envuelve. Mi corazón roto dejó de serlo hace rato. Las heridas se han curado y otra vez estoy de pie, contra las adversidades.
Pero la llama de la locura, sigue presente en mi interior, y tiene días en los que estalla a fuego vivo quemando todos mis alrededores.
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