En la vida, uno arma sus propios caminos. Lo más hermoso de éstos es que siempre tienen encrucijadas, y distintos cruces con otros senderos. En estos encuentros, uno conoce almas especiales. Almas vagantes, como las de uno. Personas que se destacan por ser aquellas que una vez que se encuentran contigo, no se van nunca más de tu camino. Siguen tus pasos pero a su propio ritmo. Hay momentos en los que los pies se frenan, y los tuyos siguen los de ellos sin entender. Sólo lo hacen. Como una especie de máquina que cambia su rumbo.
En estos senderos que uno camina a lo largo de su vida, estas almas te enseñan, y aprenden también de uno. Un sentimiento de pertenencia, de referencia, logran armar en tu interior. Te hacen sonreír, cantar, y bailar. Siguiendo el ritmo de los infinitos pasos.
A esto lo llamo Amistad. Es dulce y para toda la vida. Sin ataduras. Cada uno con su propio brillo y ritmo. Convirtiendo a uno en la persona más feliz de todas. Sin necesitar nada más, sólo de un buen amigo.
A esto lo llamo Amistad. Es dulce y para toda la vida. Sin ataduras. Cada uno con su propio brillo y ritmo. Convirtiendo a uno en la persona más feliz de todas. Sin necesitar nada más, sólo de un buen amigo.
Un buen amigo como ellas dos. A veces no se necesita conocerlas de toda la vida, simplemente caminar juntas un buen camino. Un camino basado en la honestidad y la confianza. Una Nueva o Vieja Amistad.
Dedicado a Florencia G. Gimenez, vieja y por siempre mejor amiga, y Lucía Marchiano, nueva pero comprensiva amiga.
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